Hace
ya mucho que vivimos en un mundo donde aquellos que acaparan el poder
viven ostentosamente y muy alejados de los problemas reales de la
población a la que dicen representar. Nuestro gobierno, así como
las élites económicas situadas en la sombra, no sufren los recortes
que aplican, sino todo lo contrario. Las empresas del Ibex 35 tienen
cada vez mayores beneficios y los políticos siguen legislando a su
favor. Los trabajadores, desengañados, empiezan a buscar ejemplos de
que otro tipo de líder es posible. Ahí entra Pepe Mujica, un caso
de escopeta. El presidente más pobre del mundo, le llaman. Se ha
convertido en una figura emblemática para muchos, ya hartos de
políticos que muestran un desapego exacerbado por los trabajadores,
a los cuales sólo buscan durante la campaña electoral.
Pepe
Mujica es un antiguo guerrillero perteneciente al Movimiento de
Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) que surgió en los años 60 y
sería derrotado en 1972, un año antes de la dictadura militar.
Mujica, al igual que muchos otros dirigentes tupamaros, pasó más de
una década en prisión y, una vez recuperada la democracia, sería
liberado por una ley de amnistía para presos políticos. El MLN-T se
integraría, en 1989, a la coalición política de izquierdas Frente
Amplio (FA), donde gestó la coalición llamada Movimiento de
Participación Popular (MPP).
Mujica
obtendría un puesto de Diputado con el FA en las elecciones de 1994,
donde derrotarían al Partido Colorado (derecha), siendo Tabaré
Vázquez el presidente resultante y Mujica el primer Tupamaro con un
cargo público. Después de tantos años de dictadura y
clandestinidad, la izquierda había llegado al poder. Las calles del
país se desbordaron de trabajadores emocionados y cánticos
revolucionarios por la hazaña lograda. La izquierda gobernaba y
ahora empezarían las políticas destinadas a mejorar la vida de los
trabajadores. O eso creían.
Mujica
se hizo ya famoso en esa época por su austeridad, cuando acudía a
las sesiones parlamentarias en una Vespa. En 2010 llegaría a
Presidente de la República Oriental de Uruguay tras la reelección
del FA y, una vez en el gobierno, no cambiaría su estilo de vida. No
se mudó al palacio de gobierno sino que se mantuvo en su pequeña
residencia junto a su esposa Lucía Topolansky (también antigua
guerrillera del MLN-T) y dos escoltas. Tampoco acudió al coche
oficial ni a ningún lujo en particular. Se trata de un presidente
cercano que retomó la antigua práctica de pasear y conversar con
los vecinos, como se hacía en los años 50 en Uruguay, antes de la
llegada del FMI. Además, dona el 90% de su sueldo a proyectos y
causas benéficas. Esta faceta austera es lo que le ha reportado fama
internacional.
Su
discurso se caracteriza por ser muy filosófico y rompedor de los
estándares y costumbres usuales de los poderosos. Habla sin tapujos
de la necesidad de proteger el medio ambiente, de lo malo y vacío
del consumismo desmedido o de que el capitalismo no aporta realmente
aquello que nos hace ser felices. Palabras atractivas pero que, por
desgracia, no han ido acompañadas por hechos en la misma linea.
A
pesar de que se han logrado cambios en el país (ayudas para los más
pobres, el seguro nacional de sanidad, ley de matrimonio homosexual,
aborto o legalización de la marihuana), realmente no se ha legislado
en favor de los intereses de los trabajadores uruguayos. El
modelo económico, salvo algunas excepciones, sigue siendo
básicamente el mismo.
Mujica,
con un discurso que aboga por la protección del medio ambiente, ha
apostado por empresas transnacionales que están contaminado el país
y que gozan, además, de exoneraciones y beneficios tributarios.
Nunca en Uruguay ha
habido tantas tierras en manos de las transnacionales. Algunos
ejemplos son las empresas relacionadas con las papeleras, las cuales
plantan eucaliptos para sus productos, destrozando la tierra; las
empresas que cultivan soja transgénica con agrotóxico; o el
proyecto Aratirí, relacionado con la megaminería a cielo abierto
para la extracción de hierro, práctica con un alto impacto
contaminante sobre el medio ambiente. Existe una contradicción
flagrante entre el discurso del presidente y los hechos.
La
pobreza ha sido reducida en el país, pero la tercera parte de los
trabajadores uruguayos tienen ingresos inferiores a los 14.000 pesos
al mes cuando se ha calculado que, para una familia media de 4
personas, se necesitarían unos 50.000 pesos al mes para cubrir las
necesidades básicas. Los ricos, sin embargo, siguen enriqueciéndose.
Es cierto que los sueldos han subido y que el
porcentaje de desempleo es bajo, pero en su mayor parte se trata de
empleo precario.
Uruguay
es un país de 3 millones de habitantes con 12 millones de cabezas de
ganado pero, sin embargo, la carne tiene unos precios desorbitados.
En lugar de desarrollar industrias para generar valor
agregado en este mercado (industrializar la materia prima), se
exporta el producto primario y se enriquecen los productores. Uruguay
no transforma los productos, los exporta y el mercado interior no ve
beneficios.
El
gobierno de Pepe Mujica se ha alejado del programa inicial del FA,
que era anti-imperialista y anti-oligárquico. Se alineó con la rama
más socialdemócrata de la coalición (representada por Danilo
Astori, vicepresidente de Uruguay), reproduciendo el discurso de que
hay que desarrollar el capitalismo, incluyendo traer a grandes
transnacionales al país, para llegar al socialismo. Dice además ser
partidario de un capitalismo bueno y humano. Este alejamiento del
gobierno ha provocado la aparición de un sector crítico que
reivindica el antiguo programa frenteamplista.
Además, las políticas del gobierno de Mujica y del primer
presidente del FA Tabaré Vázquez, han traído la resignación y la
desafección por la política por parte de los uruguayos al verse
traicionados por los políticos, tal y como sucede en España.
El
sistema productivo de
Uruguay no ha cambiado. Mujica obedece los dictados del FMI y el
Banco Mundial, en detrimento de los trabajadores, que han visto,
decepcionados, cómo la socialdemocracia ha tomado el control y ha
dejado a Uruguay dependiente del capital extranjero. Después, Mujica
sale al exterior con su imagen austera, su discurso grandilocuente y
filosófico que a todos agrada y sorprende pero, a pesar de haberse
conseguido cosas, el gobierno se vendió al capitalismo y a las
grandes empresas, incumpliendo el viejo programa del FA.
El
problema principal, del cual se deriva el resto, es que Mujica y su
equipo han negado la lucha de clases. Suyas son frases como “Para
que haya redistribución, los capitalistas han de ganar dinero”.
Esto es un absurdo. No se puede redistribuir partiendo de la base de
que las empresas gozan de grandes beneficios, exenciones fiscales y
que no se les imponen apenas condiciones al instalarse en Uruguay.
Mujica aboga por “sacar lo mejor del sistema” pero, ¿cómo sacar
lo mejor de las transnacionales, que se instalan porque pagan escasos
impuestos, tienen a los trabajadores en condiciones precarias y no
respetan el medio ambiente? Se está actuando como si se pudiese
gobernar para los ricos y para los pobres a la vez, cuando tienen
intereses de clase contrapuestos. Como digo, el principal problema es
la negación de la lucha de clases. ¿Existe redistribución posible
sin tocar los privilegios del poder económico? ¿Se puede gobernar
para el poder económico y para la gente de la calle por igual?
Claramente, no. La prueba es que, a pesar del enorme crecimiento del
PIB del país en los últimos años, no ha habido una redistribución
eficiente que haya beneficiado a los trabajadores tanto como debiera
y, sin embargo, los ricos se han enriquecido como nunca. Se trata de
la clásica política socialdemócrata.
No
es extraño que los grandes medios alaben a Mujica. Las políticas
del presidente uruguayo benefician enormemente a los propietarios de
los mismos. Si hubiese incorporado el antiguo programa del FA, cuyas
propuestas giraban en torno a no pagar la deuda externa ilegítima,
una reforma agraria que favoreciera a los trabajadores o nacionalizar
la banca; ni Jordi Évole le habría entrevistado ni tendríamos la
imagen que tenemos de él. Los medios se habrían encargado de
mostrárnoslo como un dictador más y todo el mundo lo aceptaría a
ciegas, como aceptan ahora que es el mejor presidente del mundo, sin
saber qué políticas ha llevado a cabo y cómo estas han repercutido
en la clase obrera uruguaya. Si se legisla en favor de los intereses
del capital, los medios controlados por el mismo te presentan
favorecido, si lo haces en favor de los trabajadores (y, por
consiguiente, en contra del capital), esos medios te muestran al
mundo como un político antidemocrático. Ejemplos hay de sobras.
En
definitiva, por muy buenas intenciones que tuviese Mujica tanto en
sus años de tupamaro como en la actualidad, que no las pongo en
duda, un país no se cambia sobre la base de la actitud de una
persona (aunque sea el presidente), sino sobre la organización y la
construcción de un tejido social fuerte y crítico y unas políticas
concretas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores. No podemos creer a ciegas, como se hace en España, que
Uruguay va perfectamente sólo fijándonos en el estilo de vida de su
presidente (aunque este sea admirable, como en su caso). Es necesario
averiguar y adentrarse en las políticas que repercuten en la vida
cotidiana de las personas para conocer su realidad. Sólo entonces
podremos sacar conclusiones. Pero si únicamente nos quedamos con la
filosofía y la fachada de su presidente, estaremos cayendo en la
trampa de la clase dominante una vez más.
Mujica
reunido con el multimillonario Rockefeller