sábado, 17 de diciembre de 2016

LO QUE APRENDÍ DE CUBA CON LA MUERTE DE FIDEL CASTRO

Llegué a Cuba, acompañado por Silvia y Albert, a mediados de noviembre y regresamos a España entrado diciembre, lo que significa que nos encontrábamos en la isla cuando Fidel Castro falleció. Aterrizamos en Cuba diez días antes de su deceso y partimos diez días después (sigo tan estupefacto como el que lee ante esta inverosímil coincidencia), lo que significa que pudimos observar y escuchar a los cubanos hablar de su emblemático líder antes y después de que éste desapareciera físicamente. Gracias a esta experiencia he podido aprender muchas cosas de Fidel, de Cuba y del pueblo cubano.

Recuerdo los primeros días en la Habana. El olor a gasolina pesaba en el aire, los coches antiguos espléndidamente restaurados llenaban sus calles, siempre a la caza del turista, y los habaneros se acercaban a nosotros buscando vendernos cualquier cosa. Andábamos buscando un lugar barato en el que comer y, tras preguntar en un restaurante situado en la plaza del Cristo y convenir que aquellos precios se salían un poco de nuestro presupuesto, el mismo camarero que nos atendió nos condujo hasta un restaurante frecuentado sólo por cubanos, es decir un lugar más barato, escondido en el interior de un edificio mastodóntico y medio derruido. Un hombre esperaba en la entrada del edificio, sentado tras una especie de mostrador. Negro, corpulento, de 51 años aunque no los aparentaba, nos saludó amablemente e intercambiamos unas palabras antes de subir las amplias y deshechas escaleras medio a oscuras, junto al camarero.

Tras comer por un módico precio, bajamos de nuevo las escaleras y nos encontramos al hombre en el mismo lugar y con ganas de hablar. Nos contó su vida y lo bueno y lo malo de Cuba desde su perspectiva. Era el primer “disidente” con el que teníamos el placer de hablar. “Así, Cuba no tiene futuro” nos dijo. No comprendía por qué les era tan difícil salir de Cuba, por qué debían sobrevivir con 15 o 20 cuc (moneda cubana para los turistas: 1 cuc = 1 euro) al mes, el por qué de la cartilla de racionamiento, por qué no podían expresar su disconformidad con el gobierno manifestándose. Nos comentó que creía que el bloqueo influía mucho en Cuba pero que existía un problema interno de muy difícil solución. Se quejó asimismo de la degradación de la ciudad y de las comodidades con las que, a diferencia del resto de cubanos, contaba el gobierno. “A mis 51 años nunca he podido salir de Cuba, visitar otros lugares” nos dijo. No recuerdo si insultó directamente a Fidel. Yo me había propuesto no discutirme con nadie de Cuba, prefería escucharles e intentar contestar mentalmente a lo que iban diciendo. Y así lo hice. Sin embargo, Silvia sí mantuvo algo que no llegó a ser una discusión, pero que podemos calificar como ágil y animado intercambio de palabras con el hombre.

Recuerdo que había varios hombres sentados junto a la puerta de entrada y otros subidos en un andamio muy precario, intentando arreglar o montar algo que no alcancé a identificar. Varios hombres más transportaban hierros y los amontonaban junto a nosotros. El hombre, tras descargar toda su retahíla de furiosas desavenencias con el gobierno, nos admitió (y esto me impactó) que Cuba tenía cosas muy buenas. Nos dijo que mandaba a su hijo a la escuela y no le costaba absolutamente nada. Los libros eran gratis, el comedor, etcétera. Podría ir a la universidad y estudiar lo que quisiera sin pagar nada, si lo llegase a desear. Nos dijo asimismo que la salud era gratis y que la inseguridad ciudadana era nula. Podía dejar a su hijo jugando en la calle con sus amigos hasta la noche sin temor a que le sucediera nada. Nos dijo que, lo que era pasar hambre, nadie pasaba hambre. Iban muy justos, pero no pasaba de ahí. La electricidad, el piso, el agua, todo estaba subsidiado por el gobierno. Aquellas palabras me reconfortaron, y me agradó escuchar que incluso una persona que se situaba tan en contra del gobierno aceptara y celebrara aquellos logros que había traído la revolución. Tras casi una hora de charla nos despedimos muy amablemente, dejando caer incluso alguna broma, y nos marchamos. Aquella noche pudimos disfrutar de un magnífico concierto del cantautor cubano Silvio Rodríguez sin pagar un peso. La cultura estaba al alcance de todo aquel que quisiera hacerse con ella; fue una experiencia extraordinaria.

Creo que fue la noche del día siguiente cuando pudimos hablar a fondo con otro cubano. Habíamos pasado el día recorriendo la Habana y estábamos hechos polvo. Regresábamos a la casa en la que nos hospedábamos por una calle de aceras descompuestas que se encontraba a oscuras en algunos tramos, en ocasiones embarrada, llena de charcos y gente, flanqueada por pisos de fachadas destartaladas y ruinosas... Una típica calle de la Habana vieja, en resumen. En mitad de la calle nos encontramos a un buen hombre de unos sesenta y cinco años, piel clara, pelo blanco, bajito y de ojos sonrientes. Portaba un vaso de ron en la mano y tenía la lengua floja. Nos preguntó de dónde eramos y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos sentados con él en la mesa de un bar con un mojito cada uno, escuchándole hablar. 2 cuc costaba cada mojito, nos aseguró.

Nos dijo que Fidel era un hijo de puta. Que sus hijos vivían muy bien y que conducían cochazos mientras el pueblo se moría de hambre. Que estaban encerrados en la isla, que si te quejabas ibas a la cárcel, que aquello era como el régimen de Franco sólo que en lugar de durar 40 años llevaba ya más de 50. Nos explicó que, según Forbes, Fidel contaba con una de las mayores fortunas del mundo y no sé cuántas cosas más. El hombre soltó todo lo que tenía en su interior, no sé si ayudado por el alcohol o simplemente empujado por la necesidad de hablar con alguien.Nos explicó incluso que, en una ocasión, hacía muchos años, habían tenido que operar a Fidel, no sé si de cáncer, y que él mismo había dirigido la operación. Yo continuaba con mi ejercicio mental, contestándome a mí mismo con argumentos las palabras, algunas ciertamente descabelladas, del hombre. Conocía la noticia de Forbes, así como su naturaleza totalmente falsa y manipulada. La misma Forbes, ante la acusación del propio Fidel que dijo que si se mostraban pruebas de que poseía tal fortuna dejaría el gobierno y la isla de Cuba para siempre, no fue capaz de presentar un solo documento. Además, cualquiera que razone un poco podrá llegar a la conclusión de que es imposible que el presidente de una isla diminuta y perdida como Cuba que da sanidad, educación y demás cosas gratis a su pueblo y tiene un bloqueo comercial desde hace más de 50 años haya podido reunir una fortuna que pueda competir con la de gente como Amancio Ortega, que ha tenido que explotar a medio subcontinente del sudeste asiático (entre otros), niños incluidos, para reunir sus millones. Sabíamos, además, por el otro hombre con el que habíamos hablado, que nadie en Cuba moría de hambre. Sin embargo en aquella ocasión nadie se aventuró a llevarle la contraria. Le dejamos hablar. Al rato de conversar, nos explicó que su mujer había estado muy enferma y que la habían operado gratis. Ahora se encontraba mejor, por suerte, nos comunicó con una sonrisa. Estaba orgulloso asimismo de la lucha del gobierno contra las drogas, y la seguridad que imperaba en la isla. Le preguntamos qué opinaba acerca del bloqueo económico, si creía que dificultaba la economía y el desarrollo de Cuba, a lo que contestó que el bloqueo era entre cubanos, y que al gobierno le iba bien el bloqueo, no recuerdo las razones que expuso, si es que expuso alguna. A pesar de las diferencias políticas, pasamos un buen rato con él. Nos había repetido en distintas ocasiones que era su cumpleaños y que no podía invitarnos a una copa, que sólo podía ofrecernos sus historias, su amistad y su amabilidad. Recuerdo que el camarero trajo una bandeja con cuatro mojitos y el hombre, con la bebida delante, nos preguntó si le invitábamos. No pudimos negarnos. Recuerdo asimismo cómo se encendieron los ojos de ese camarero al observar un mechero Cliper con el escudo del FC Barcelona dibujado y cómo nos preguntó sin vergüenza alguna si se lo regalábamos. Al marcharnos de allí, pasado un buen rato, resultaba que los mojitos costaban 3 cuc. Regresando a casa, midiendo aquel cúmulo de experiencias que nacieron del encuentro con aquel hombre, me pregunté, pensando en todo aquello, cuánto de lo que nos había contado aquel hombre era cierto.

En Trinidad conocimos a un taxista al que llamaban Piña. Su piel era bastante blanca, era alto y fuerte, cincuentón, de pelo corto. Nos llevó en su pequeño jeep a la playa y, de paso, nos contó sus penas. Simpático y humilde, trabajador y sincero, nos condujo por las carreteras de Trinidad hasta Ancón. Nos explicó que había sido pescador durante años pero que el gobierno le había quitado su barca al atraparle mientras practicaba la pesca ilegal de una especie protegida. La legislación referida a la protección de las especies de flora y fauna en peligro de extinción o que albergaban algún tipo de interés para la isla era muy dura en Cuba, nos explicó. Tenía el coche desde hacía tiempo y, una vez sin empleo, vio en él su única oportunidad de ganarse la vida. No parecía enfadado ni demasiado contrario al gobierno. Parecía comprender lo que había hecho y vivía su vida con tranquilidad y alegría, sin buscarse problemas, sin agriarse la sangre. Celebraba las conquistas de la revolución y no lograba entender cosas que seguían sucediendo en el país, como los altos precios de determinados alimentos.

Días después nos encontrábamos en Cienfuegos, donde un magnífico monumento dedicado al libertador cubano José Martí se erguía en la plaza principal, como llamando a los cubanos a no olvidar y a resistir las embestidas enemigas. Nos sentamos en el muelle a observar la plácida noche caer sobre el mar ennegrecido. Sentados en un banco, sorbíamos piña colada a la que habíamos añadido un chorrillo de Havana Club para darle cuerpo. De pronto oímos una voz dulce, como afónica pero suave, manifestarse a nuestras espaldas. Un niño de 11 años nos saludaba con una sonrisa amable. Manuel era su nombre, e iba acompañado únicamente por una pequeña pelota. Pelo corto, negro y delgado, de ojos oscuros y a la vez muy claros y profundos. Le saludamos con alegre entusiasmo e iniciamos una conversación que se prolongó durante más de media hora, a trompicones cuando la timidez del niño entraba en juego, más suelta e ininterrumpida cuando la valentía sustituía al retraimiento que supone para un niño el hablar con desconocidos mucho mayores que él. Recuerdo que nos explicó, entre otras muchas cosas y con toda naturalidad, que todos los días cantaban, antes de empezar las clases, el himno de Cuba y el de la propia escuela; que hacía deporte en la escuela y que había competido en algún lugar fuera de Cienfuegos cuyo nombre no recuerdo; que todas las noches jugaba al dominó con su tía, antes de irse a dormir; o que las navidades pasadas le habían regalado una pistola de agua y que habían ido a comer helado por su cumpleaños. Nos cantó un fragmento del himno de su escuela y nos enumeró las asignaturas que cursaba.

Al despedirnos de él, recuerdo que los tres conversamos acerca de dos cosas: lo que supone para unos padres el hecho extraordinario de poder dejar a su hijo en la calle, solo o con sus amigos, sabiendo que nada le ocurrirá, hecho que es posible que no ocurra en ninguna otra parte del mundo; y la lástima que nos suscitaron las palabras de Manuel con respecto a los regalos recibidos en navidad y por su cumpleaños. Sin embargo, tras hablar largo y tendido sobre éste último, concluimos que existen numerosos factores que propiciaban este hecho así como nuestras reacciones al  mismo. Para empezar, Cuba es un país del tercer mundo, no es España ni Francia, es decir: es un país pobre y no podemos comparar el nivel de vida de los cubanos con el de los europeos (como no podemos comparar, por ejemplo, Nepal con España), debemos compararlo con los países de su entorno, países como Haití, Colombia, la República Dominicana, etc. Además debemos tener en cuenta el bloqueo económico que impide el desarrollo del país al negarle la posibilidad de comerciar con la mayoría de países del mundo. Por otro lado, existen otros muchos países del tercer mundo en los que los niños como Manuel no es que tengan pocos regalos, es que se ven obligados a mendigar, trabajar, prostituirse, etc. Recuerdo haber visto numerosos niños y niñas en los distintos rincones de Cuba que visité y, por suerte, a todos ellos los encontré jugando con otros niños, corriendo, bromeando, comiendo helado, etc. En una palabra: disfrutando de su, dentro de todo, despreocupada infancia. Jamás vi a un niño mendigando, harapiento o tirado en la calle como sucede en muchos otros países del mundo (incluso países supuestamente desarrollados). Otro factor, por ejemplo, es el prisma eurocentrista con el que los europeos observamos y definimos el mundo, incluso sin darnos cuenta. A raíz de éste nos atrevemos a juzgar sin pestañear siquiera. Es importante señalar que una de las patas maestras de dicho prisma es el consumismo desenfrenado. Esto significa que, según nuestra mentalidad occidental, cuanto más regalos recibe un niño, más feliz es (hablo en términos generales). Pues bien, deberíais haber visto cómo se encendían los ojos de Manuel al hablarnos de su pistola de agua.

Una mañana, desayunando en la casa de acogida de Cienfuegos, tuvimos la suerte de conversar ligeramente con la mujer que nos alquilaba la habitación y su hija. No se habló durante mucho tiempo, pero sí recuerdo que madre e hija se pisaban la una a la otra para tener la oportunidad de explicarnos cosas. Mucho se dijo esa mañana en referencia al sistema de emergencia ideado por el gobierno en caso de huracanes (recordemos que nos hallamos en una zona donde estos son usuales). Hablaba apenada y al mismo tiempo orgullosa del último caso de huracán que había azotado la isla, el denominado huracán Matthew, que dejó centenares de muertos en Haití, el país vecino, y ni uno en Cuba. ¿A qué se debía esta notable diferencia? Nos explicó que, una vez los meteorólogos y demás expertos identificaban un posible caso de huracán peligroso para la población, los sistemas de emergencia se ponían en marcha y las patrullas encargadas de evacuar a la población tomaban el mando, desalojando a la gente y enviándola a lugares seguros, donde se les acogía en pabellones deportivos habilitados, edificios gubernamentales e incluso en las casas de ciudadanos de a pie. Nos sorprendió la eficiencia de las operaciones, y las cifras hablaban por sí mismas.

Creo que fue ese mismo día que pudimos charlar con dos personas más. La hija de la mujer que nos alquiló la habitación en Cienfuegos nos estaba recomendando un lugar barato en el que cenar. Salimos a la calle para que nos indicase hacia dónde debíamos dirigirnos cuando, al llegar a la esquina de la calle, vimos llegar a una mujer de unos cincuenta años con su hijo, vestido éste con el uniforme del colegio. Creo que los cubanos poseen cierto don para conversar sin que uno se de cuenta. En un abrir y cerrar de ojos, lo que debían ser unas vagas indicaciones para llegar a un restaurante pasó a convertirse en una conversación de casi media hora. La mujer, visiblemente cansada tras un día de trabajo, decía que estaba a favor de la revolución pero que no comprendía por qué eran tan caros algunos productos y por qué la gente que trabajaba para el gobierno cobraba tan poco. Ella, economista, trabajaba o había trabajado, en algún organismo del gobierno y ganaba unos 20 cuc al mes. Se había divorciado y debía mantener a sus hijos, por lo que se había tenido que buscar otro empleo para  poder sobrevivir. La cartilla de racionamiento no les llegaba para mucho, era casi simbólica, nos decía. A dios le pedía únicamente no ponerse enferma para no perder los empleos. Las dos nos dijeron que era muy difícil ir contra el gobierno, que no se podía protestar porque era algo que no se toleraba. “Esto es una dictadura” dijo la joven, sin dudarlo un segundo, venida arriba por la conversación.

Hacía días que la imagen idílica que tenía Silvia de Cuba, políticamente hablando, se había empezado a agrietar. Ya habíamos tenido varias conversaciones al respecto. ¿Realmente no pueden manifestarse? ¿Entonces es una dictadura realmente? Otro punto crucial eran los medios de comunicación, del todo imparciales y únicamente pro gobierno, los cuales parecían no admitir una sola crítica. En mi opinión, aquellas preguntas, aparentemente fáciles de responder, no podían contestarse con un “Sí” o un “No”; para responderlas había que conocer el país, su historia y situación actual de manera profunda. Conversando con ella, y teniendo en cuenta lo que hasta entonces habíamos visto y oído, habíamos llegado a la conclusión de que, para preservar los logros de la revolución (sanidad, educación, viviendas para todos, envío de médicos a más de 150 países de todo el mundo, eliminación de la desnutrición infantil, desarrollo médico, etc.) se habían tenido que cargar algunos derechos como el de manifestación o la pluralidad de los medios de comunicación. Recuerdo que Silvia me decía que aquello era como un paternalismo, como un despotismo ilustrado, donde se le decía al pueblo lo que era mejor para él pero sin contar con él.

Cuando nos enteramos de la muerte de Fidel estábamos en Playa Larga. Habíamos llegado la noche anterior y entablamos amistad con una agradable pareja (el era inglés de ascendencia india y la mujer era  una polaca de pelo claro). Pasamos un par de horas hablando de todo un poco, aunque debido a la imposición del lenguaje no pudimos profundizar demasiado en ciertos temas. A la mañana siguiente ellos habían decidido marchar a Cienfuegos en el coche que habían alquilado y se ofrecieron a llevarnos a Playa Girón, que quedaba a unos 30 km en la misma dirección. Nosotros viajábamos en bus así que aceptamos sin dudarlo para ahorrar algo de dinero.

Era por la mañana. Albert golpeó el cristal y nos dijo que la pareja nos estaba esperando y que tenía una noticia: Fidel había muerto. Silvia y yo nos miramos con temerosa incredulidad, buscando el uno en el otro una sonrisa que delatase la ácida broma de Albert. Una vez en el coche nos explicaron que un amigo suyo les había enviado un mensaje informando del fallecimiento del Comandante. Tampoco ellos sabían si era cierto o una broma.

He de decir algo que no había dicho anteriormente y que creo que ahora es necesario: en Cuba hay banderas cubanas por todos lados. Parece una tontería pero es importante. Allá donde mires verás una bandera de Cuba ondeando al viento. Pues bien, íbamos en el coche y mientras dejábamos atrás distintos edificios, entre ellos algunos del gobierno y de la sede del partido regional, observé dos banderas cubanas ondeando a media asta. “No es una broma” me dije, “Ha muerto realmente”. Sin embargo me lo callé. La pareja parecía entusiasmada por la supuesta muerte de Fidel. Nosotros callábamos o les seguíamos débilmente la corriente. Pasamos junto a La cueva de los peces, una poza de agua de setenta metros de profundidad repleta de peces que conectaba bajo la tierra con el mar, y nos paramos a observarla. El día estaba gris, las nubes encapotaban el cielo. Nos adentramos en el bosque y, justo antes de llegar, había una cabaña-restaurante con la tele encendida, anunciando esta la muerte de Fidel Castro. Recuerdo sentirme despegado de mi cuerpo, flotando, como si soñara. No podía creérmelo todavía. Esa sensación de hallarme sumido en una realidad demasiado irreal, es algo que nunca olvidaré. Estuvimos frente al enorme hoyo oscuro unos minutos y regresamos al coche. La pareja nos dejó frente al Museo Girón, nos despedimos afectuosamente y se marcharon.

Allí estábamos, en Girón, en el lugar en el que por primera vez un pueblo latinoamericano logró derrotar al imperialismo yanqui, como rezaba un cartel colocado cerca de allí. Me lo tomé como una especie de homenaje. Recuerdo muchas cosas de aquella visita, pero remarcando las importantes, me sorprendió la claridad de lo expuesto y de lo narrado, especialmente en lo cronológico, al contrario que en el Museo de la Revolución de la Habana. Recuerdo el apartado que describía cómo era la región, denominada Ciénaga de Zapata, antes de la revolución. Básicamente se reducía a la pobreza más absoluta. Había fotografías de niños comidos por las moscas y las enfermedades, con las barrigas hinchadas. Recuerdo asimismo las explicaciones referidas a las campañas de alfabetización promovidas por Fidel una vez tomado el poder, así como los recursos enviados a la zona, la propia asistencia del Comandante a la Ciénaga para celebrar el año nuevo con los campesinos o la repartición de la tierra, antes de unos pocos que apenas la aprovechaban, entre los campesinos que hasta entonces no eran nada porque no tenían nada. Aquella zona gozaba hoy de escuelas y hospitales, era visitada por turistas y los lugareños vivían con dignidad; ayer todo el mundo deseaba huir de la miseria y la muerte, dueñas de la región.

Regresamos en taxi a la habitación, todavía conmocionados por la noticia, para cambiarnos e ir a la playa. El día, gris todavía, se había llenado de un aire sofocante, opresivo. Los cubanos caminaban por las calles con el rostro encorvado. Se respiraba una amarga tensión en el ambiente. Una sensación de conmoción y de temor lo atestaba todo. Nos pusimos los bañadores y dirigimos nuestros pasos hacia la playa, a unos quince minutos de allí. Una vez allí, mientras hacía el muerto en las aguas tibias, inmóviles y transparentes de Playa Larga, sentí que me invadía una idea muy lógica pero que no se nos había ocurrido antes: No podíamos quedarnos en la playa. Estábamos en Cuba en un momento histórico, irrepetible. Había muerto Fidel. En la Habana habría actos, manifestaciones, quién sabe. Debíamos ir allí y ver qué sucedía. Silvia se acercó a mí y al verme supo que tenía algo en mente. Se lo conté y no le costó aceptar mis argumentos. Se lo explicamos a Albert y estuvo de acuerdo. Debíamos cambiar el recorrido y los planes, pero el acontecimiento lo valía. Marcharíamos al día siguiente.

Más tarde, nos encontrábamos en el porche que teníamos delante de la habitación cuando pasó junto a nosotros la mujer que nos la había alquilado. Se paró, fingiendo una sonrisa, y conversamos los cuatro. Era una mujer simpática y amable, pero la notamos muy afectada, consternada por la noticia de Fidel. Le comunicamos que nuestros planes habían cambiado y que no nos quedaríamos las dos noches más que habíamos pactado, que partíamos mañana hacia la Habana. Lo comprendió rápidamente. Empezó a hablar de Fidel y su voz no tardó en quebrarse. Se secaba las lágrimas con la mano. “A Fidel le queríamos mucho aquí. Nos ha dado muchas cosas. Yo he podido estudiar gracias a él” decía, temblorosa. Había cosas que no estaban bien en Cuba, pero muchas de las cosas buenas que tenían las habían conseguido gracias a él, nos explicaba con emoción. Nos habló de la miseria que imperaba antes de la revolución, de cómo había mejorado la zona gracias a Fidel, de lo bien que fueron las cosas mientras existía la URSS y de cómo su nivel de vida se vino abajo una vez esta se desintegró, entrando Cuba en el trágico Periodo Especial. Mientras hablaba a mí me venían a la mente las fotografías de los niños moribundos expuestas en el Museo Girón. “Hay gente que sólo sabe pedir y quejarse, pero no se arremanga y se pone a trabajar. Pide vivir como hace veinte años, cuando la URSS nos ayudaba. Sé que hay cosas que están mal y que no comprendemos por qué no se resuelven, quizás no han encontrado una solución todavía, no lo sé… pero, bueno… sé que hay gente que se alegrará de la muerte de Fidel, pero eso es algo que yo no puedo entender… Él dedicó su vida entera a mejorar la vida del pueblo” nos decía, emocionada, entre otras cosas.

Aquel fue el primer testimonio realmente distinto de cuantos habíamos escuchado hasta entonces. Recuerdo que empezamos a elaborar teorías de a qué se debía ese cambio tan drástico. Quizás la muerte de Fidel había encendido una llama de humildad y agradecimiento hacia esa persona que había dado tanto a tantas personas. Quizás nos habíamos encontrado, simplemente, con una gran seguidora de Fidel.

Al día siguiente, por la mañana, debíamos partir hacia la Habana. No encontramos a la mujer para dejarle las llaves, pero sí a su hermana, quien, con el rostro compungido, y tan afectada como ella, me dijo que teníamos mucha suerte de poder asistir a los actos funerarios del Comandante, que íbamos a vivir algo histórico. Nos despedimos y, subiendo al taxi, nos dirigimos hacia la capital cubana.

No tardamos en entablar conversación con el taxista, haciendo gala de nuestra costumbre. Era un tipo de unos cuarenta años, de piel blanca, simpático, estudioso, inteligente y con las ideas claras. Le preguntamos sobre la muerte de Fidel y sólo nos dijo cosas positivas de él. “Nunca habrá otro como él” recuerdo que nos dijo. Estuvo hablando durante las dos horas que duró el viaje. Había estudiado turismo pero, tras un tiempo trabajando para el gobierno en el sector, debido a los bajos sueldos, había decidido dejarlo y meterse a conductor de taxi. Muchas cosas nos sorprendieron de aquella extensa y grata conversación. Por ejemplo, nos explicó que trabajaba para una empresa de taxis, el vehículo no era suyo, y que por cada viaje le pagaban X cuc, el resto era para el jefe, así como el mantenimiento del coche, gasolina, etc. Por lo que, pudimos concluir, existe algo de capitalismo en Cuba. “Capitalismo responsable e inteligente” nos respondió el hombre. Nos dijo que tenía muchas dificultades para encontrar leche para su hijo de 7 u 8 años, que costaba un cartón de leche 6 cuc. Aquello me sorprendió, porque en Cienfuegos recordaba haber visto leche por 1 cuc y algo, pero no quise liarme a discutir, siguiendo mi norma. En referencia a Fidel, todo fueron alabanzas, como dije. Raúl, nos dijo, no era lo mismo. Era más militar que Fidel, no tan político, eso significa que era más de ordenar y no de llegar a consensos. Tampoco era el gran orador que era Fidel. No era, en definitiva, el líder carismático y emblemático que era Fidel, el líder histórico de la revolución, como allí lo denominan. Recuerdo que nos lo explicó de esta forma: “Si Fidel dice: esa mata hay que quitarla, pues todos van y la sacan sin pensarlo siquiera, porque la gente confía en él. Sin embargo, si lo dice Raúl, la gente se lo va a pensar, van a preguntar qué sacan ellos con eso, cuánto van a ganar”. Recuerdo que nos habló del bloqueo, y nos dijo que eso de que era entre cubanos era mentira, el bloqueo era con EEUU y punto. Nos narró con todo detalle la rivalidad entre la Habana y Santiago de Cuba. Al explicarle nosotros que habíamos visto gente contraria a Fidel en la Habana pero mucha gente a favor en la Ciénaga, nos explicó que, según su parecer, en la Ciénaga se habían sentido mucho más los logros de la revolución. “Antes de la revolución aquí no había nada, la gente no tenía para comer. Fidel les dio educación, sanidad, tierras para que cultivaran y pudieran vivir” nos dijo. “La gente de la Habana vive en otro mundo, y puede que hayan olvidado cómo eran las cosas con Batista”, añadió. Habló de muchas otras cosas. Sin embargo recuerdo perfectamente el punto de inflexión de aquella conversación. Se produjo cuando el hombre hablaba de los derechos que la revolución había conseguido para las mujeres. “Las mujeres antes eran para tener hijos, cuidarlos y mantener la casa. Hoy pueden dirigir empresas, trabajan, estudian, se superan, pueden estar en el gobierno, etc”, nos dijo, justo antes de que unos policías le pararan en la autovía. El hombre bajó del coche, enseñó los documentos, habló unos segundos, abrió y cerró el maletero, regresó al interior del coche con el rostro torcido y arrancó de nuevo. “Esto es lo que no está bien en mi país” dijo, con enfado. Le preguntábamos qué había sucedido, y nos habló de la ingente corrupción policial que existía en el país. Le querían multar por no haber parado el motor. Nos dijo que la policía, en ocasiones, multaba a los taxistas por cualquier cosa, buscando el soborno para llevarse un dinero extra. Se había encarcelado a muchos policías para intentar acabar con la corrupción, pero no había servido de mucho. Y lo peor, nos dijo al preguntarle si la gente no denunciaba esos abusos, era que no se podía hacer nada porque el partido lo controlaba todo, incluso la justicia. Todo aquello me sentó como un jarro de agua fría. Ya conocía, tras diez días en la isla, la tendencia a exagerar de los cubanos al expresarse, pero aquello era nuevo; y venía, además, de la boca de alguien que apoyaba del todo a Fidel.

Llegamos a la Habana. El bullicio de gente y coches era constante. Era domingo y no se había previsto ningún acto. Sin embargo, el día anterior había habido un homenaje por parte de los estudiantes de la Universidad de la Habana. Además, durante los dos días siguientes, se iban a exponer, nos dijeron, las cenizas de Fidel en la Plaza de la Revolución y, el último día por la noche, habría un acto en el mismo lugar, en el que se creía que hablaría Raúl. Estuvimos de acuerdo en que habíamos hecho bien en regresar y, aunque no hubiese nada previsto, salimos a recorrer las efervescentes calles de la Habana.

El cambio en la Habana era sustancial debido al luto decretado por el gobierno. No se permitía poner música ni asimismo servir alcohol en los locales, aunque había lugares que se saltaban esta última prohibición. A pesar del impacto que supusieron en nosotros tales normas, no nos encontramos, que yo recuerde, con cubanos molestos ante las mismas. Todos parecían aceptarlas con naturalidad.

Aquella tarde, caminando entre edificios ruinosos y aceras destruidas, esquivando todo tipo de vehículos y pasando junto a contenedores de basura malolientes, nos encontramos con dos hombres que hablaban sentados en un portal. No recuerdo si nos paramos a preguntarles algo o nos llamaron ellos mismos, pero el caso es que acabamos conversando. Uno tenía unos 55 años y en su juventud había servido como voluntario en Angola. Pelo corto y canoso, de mirada cansada, hablaba pesadamente y en ocasiones se hacía difícil entenderle. El otro era mayor, tendría unos 65 años. Le faltaban varios dientes y tenía el pelo muy corto. Hablaba con una mezcla de tristeza y alegría, con los ojos encendidos. Había sido profesor de historia y geografía y largo tiempo atrás había formado parte de las brigadas encargadas de alfabetizar a los campesinos del país. Conversamos en la calle durante un rato. Yendo de un tema a otro con rapidez y, en ocasiones, sin demasiado sentido, nos hablaron de las dificultades que pasaban, pero, sin embargo, estaban agradecidos por lo que tenían. Eran seguidores de Fidel. Transcurrida una media hora de animada conversación nos invitaron a pasar a su hogar. Tras lanzarnos varias miradas, aceptamos. Nos impactó aquella sincera invitación, del todo extraña en Europa a nuestro parecer, pero los cubanos eran distintos.

Cruzamos un patio y llegamos a la casa de aquellos hombres, la cual compartían con otros familiares. De aquel lugar recuerdo dos cosas: la pobreza extrema que allí reinaba y una mujer sentada en una butaca con una extraña enfermedad, la cual los médicos no habían podido detener aludiendo a que se había detectado demasiado tarde, que le había producido una hinchazón en una de sus piernas, hasta dejarla desmesuradamente hinchada. Nos metimos en una habitación repleta de cosas, muy sucia, con una televisión pequeña, de paredes desmejoradas y de la cual emanaba un olor peculiar. Había una cama corriente y un colchón tirado en el suelo. Recuerdo haber visto una cucaracha corriendo por el suelo, buscando esconderse tras las sombras. Nos sentamos y conversamos, no recuerdo muy bien de qué. Lo que sí recuerdo es que tenían un calendario con fotos del Che Guevara colgado y que, ante un amable comentario de Albert, estos preguntaron si lo queríamos. A pesar de las condiciones de vida, no les importaba regalárnoslo.

A la mañana siguiente nos dirigimos hacia la Plaza de la Revolución. Llegamos aproximadamente a las 10 de la mañana, hora a la que se habría el memorial José Martí para que los cubanos viesen, teóricamente, las cenizas de Fidel y pudieran despedirse. La cola que desbordaba la plaza era desconsoladamente larga. Nos pusimos al final y esperamos con resignación. No tardó en arribar al lugar una tumultuosa ola de gente. Intentaron hacer una cola alternativa pero, por fortuna, la gente de seguridad se lo impidió, y entonces pudimos ver una masa ingente de personas llenando la calle, dirigiéndose hasta el final de la cola, ya muy lejos de nosotros a pesar de que habían transcurrido escasamente 20 minutos. La gente caminaba con caras largas, mostrando carteles de Fidel, llevando rosas, portando camisetas de la universidad o del Che. La pesadumbre se respiraba en el ambiente.

Tras dos horas de calurosa espera, logramos entrar en el memorial, pero allí no había cenizas. Había militares y jóvenes parados, como haciendo guardia, muchas flores, una luz tenue, fotografías de Fidel en la sierra, sus numerosas medallas, y el concepto de Revolución que él mismo definiera en el año 2000 en la Plaza de la Revolución [1].

Salimos de allí algo defraudados. Caminamos hasta la Universidad de la Habana y nos encontramos, tras muchas vueltas, con unos estudiantes que estaban montando guardia en la escalinata gigante del centro, mostrando banderas y fotografías de Fidel. Sin embargo no nos pudimos acercar demasiado a ellos. Distintos militares custodiaban la zona, y la Universidad permanecía cerrada en señal de duelo.

Al día siguiente por la tarde, nos dirigimos a pie, junto a otras muchas personas, en dirección a la Plaza de la Revolución para asistir al acto central de homenaje a Fidel. El susodicho evento empezaba a las siete de la tarde, y eran poco antes de las cinco cuando marchamos hacia allí, previendo un elevado número de asistentes. Llegamos a las calles contiguas a la plaza poco después de las cinco y la gente desbordaba el lugar.

Creo que nunca antes había visto tanta gente. Y esto sucedía casi dos horas antes de que empezase el acto. Esquivando grupos de gente sentados en el suelo e innumerables personas que iban de un lado a otro logramos hacernos camino hacia adelante, hasta unos cien metros del estrado donde, supuestamente, hablaría Raúl. Esperamos dos horas, observando, desde nuestra posición, cómo la plaza se llenaba de pueblo. Había gente de todas las edades, de todos los colores, mejor o peor vestidos, con el nombre de Fidel pintado en sus caras, portando banderas de una docena de países distintos, con las camisetas de la universidad o con mensajes a favor del gobierno o del chavismo, etc.

La noche empezó a adueñarse del cielo. Los rostros omnipresentes del Che y de Camilo, héroes de la revolución, se encendían y las pantallas gigantes instaladas junto a la estructura que se había construido en torno al estrado mostraban una Plaza de la Revolución desbordada, inundada hasta las amplias calles contiguas por un embravecido mar de gente. Numerosas personalidades de todos los rincones del mundo habían llegado a la isla para mostrar sus condolencias al gobierno y al pueblo y, por lo visto, todos ellos, ante nuestra incredulidad, iban a hablar en el acto. Hablaron, entre muchos otros, Rafael Correa, Evo Morales, Nicolás Maduro y, al final, Raúl Castro. Únicamente remarcaré las palabras de Rafael Correa, presidente de Ecuador, porque fueron las que mas nos emocionaron. Le tocó hablar en primer lugar y dijo cosas como: “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos. Fidel seguirá viviendo en los rostros de los niños que van a la escuela, de los enfermos que salvan sus vidas, de los obreros dueños del fruto de su trabajo. Su lucha continúa en el esfuerzo de cada joven idealista empeñado en cambiar el mundo.” “En el continente más desigual del planeta nos dejaste el único país con cero desnutrición infantil, con la esperanza de vida más alta, con una escolarización del ciento por ciento, sin ningún niño viviendo en la calle.” “Evaluar el éxito o el fracaso del modelo económico cubano, haciendo abstracción de un bloqueo criminal de más de 50 años, es pura hipocresía. Cualquier país capitalista de América Latina colapsaría a los pocos meses de un bloqueo similar.” “Para evaluar su sistema político hay que entender que Cuba ha vivido una guerra permanente. Desde el inicio de la Revolución existe una Cuba del norte allá en Miami, asechando permanentemente a la Cuba del sur, la libre, la digna, la soberana, la mayoritaria en la tierra madre, no en tierras extrañas. No han invadido a Cuba porque saben que no lograrán vencer a todo un pueblo.” “Aquí, en esta isla maravillosa, se han construido murallas, pero no de las que construyen los imperios, sino murallas de dignidad, de respeto, de solidaridad.” “Cuba saldrá adelante por sus principios revolucionarios, por su extraordinario talento humano; pero también porque la resistencia está integrada en su cultura, y con el ejemplo de Fidel jamás el pueblo cubano permitirá que su país vuelva a ser colonia de ningún imperio.” “La mayoría te amó con pasión, una minoría te odió; pero nadie pudo ignorarte. Algunos luchadores en su vejez son aceptados hasta por sus más recalcitrantes detractores, porque dejan de ser peligrosos; pero tú ni siquiera tuviste esa tregua, porque hasta el final tu palabra clara y tu mente lúcida no dejaron principios sin defender, verdad sin decir, crimen sin denunciar.” “Bertolt Brecht decía que sólo los hombres que luchan toda la vida son imprescindibles. Conocí a Fidel y sé que jamás buscó ser imprescindible, pero sí que luchó toda la vida. Nació, vivió y murió con la necedad de lo que hoy resulta necio: la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio.” “Querido Fidel, tu honda convicción martiana te llevó a estar siempre no del lado en que se vive mejor, sino del lado en que está el deber.” y otras muchas cosas. [2]

Uno tras otros, los líderes mundiales que acudieron al acto, o sus representantes, fueron desfilando y, pasadas 4 horas, el acto concluyó. Exhaustos, casi desvanecidos, abandonamos el lugar. No fue aquella misma noche, debido al cansancio que se agolpaba en nuestros cuerpos, pero durante los días siguientes creo que pudimos comprender mucho de Cuba, de su pueblo, e incluso de Fidel, gracias a ese evento. Todavía hoy, mientras escribo estas líneas, recordando todo aquello y leyendo otras notas de distintos autores, creo que sigo aprendiendo. Creo que una de las claves para comprender Cuba está en la siguiente frase de Correa: “Para evaluar su sistema político hay que entender que Cuba ha vivido una guerra permanente”, a la que le sigo dando vueltas. Me pregunto, ¿cómo puede existir la “normalidad” política a la que estamos acostumbrados en Europa en un país sin recursos naturales asediado por un bloqueo comercial y continuos ataques e intentos de invasión, como el de Playa Girón, por parte de EEUU que dura más de 50 años? ¿Qué gobierno, ante semejante amenaza, tan descomunal e impasible, no tomaría medidas para tratar de alcanzar, al menos, una mínima estabilidad interna? Como reza el viejo lema de San Ignacio de Loyola: “En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición”. Sabiendo esto, la frase de Rafael Correa adquiere todo el sentido. No puedes juzgar ni pretender entender cómo funciona Cuba sin tener en cuenta estos hechos. Eso sería no comprender nada de nada. Pienso en todos los vestigios antidemocráticos que hoy existen en Cuba, como la falta de medios independientes o la imposibilidad de manifestarse en contra del gobierno. Ese hermetismo que todavía hoy perdura, la necesidad imperiosa del gobierno por mantener a todos unidos, castigando a la disidencia, casi adoctrinando. ¿Por qué? Porque temen la injerencia extranjera, temen que la oposición, antidemocrática y financiada por EEUU, haga lo que lleva tanto tiempo haciendo en Venezuela, lo que hizo en Chile, etc. Temen perder todos los logros alcanzados (que son muchísimos), como ya sucedió en la URSS, cuando, al pasarse al capitalismo, todas las empresas nacionalizadas que proveían a la población de servicios básicos, fueron vendidas al mejor postor por cuatro duros, gracias a lo cual hoy hay decenas de millones de personas pobres en Rusia y demás antiguas repúblicas ex soviéticas. Existen carencias democráticas en Cuba, eso es innegable, pero, por otro lado, ¿no hallamos esas carencias en muchas otras partes del mundo, lugares sin las dificultades por las que atraviesa Cuba desde hace décadas? Eso no es excusa, lo sé bien, pero, sin embargo, y a pesar de dichas carencias, nadie muere de hambre en Cuba, todo el mundo puede estudiar sin coste alguno, la gente vive dignamente en un continente atestado por la más absoluta pobreza. Recordemos que hablamos del tercer mundo. Nadie muere en Cuba en una sala de espera aguardando ser atendido por un médico, ¿podemos decir lo mismo de España? Esos y muchos otros son los logros de la revolución, los que la izquierda real defiende porque son logros que el pueblo ha arrancado de las frías manos de los poderosos. Las carencias a las que he hecho referencia se resolverán, estoy seguro, si EEUU se plantea su relación con la isla y levanta el bloqueo.

Casi a modo de apéndice me gustaría, brevemente, contar la historia de una persona con la que tuvimos el placer de conversar durante varias horas en Varadero. Era el hombre que nos alquiló la habitación. Era absolutamente partidario del gobierno y de la gestión de Fidel. Era realmente una persona con multitud de conocimientos que logró responder a cuantas preguntas le hicimos. Nos habló del Periodo Especial con detalle (de la enorme crisis que sacudió Cuba tras caer el antiguo bloque socialista) y de las medidas del gobierno para, a pesar de todo, mantener la sanidad y la educación para todos los ciudadanos. Se mandó al ejército a cultivar los campos para repartir las cosechas entre la población, mientras se asignaban otros trabajos para los granjeros, nos contó. Todo mejoró notablemente cuando Chávez llegó al poder en Venezuela, dijo. Nos habló de los medios imparciales y la razón de ser de estos, del bloqueo y de sus entresijos, de  los supuestos lujos de los gobernantes, de las nuevas medidas aperturistas y de cómo estas podían acabar con todas las ventajas de las que hoy gozaban los cubanos, de la gente que sólo se quejaba pero que no aportaba nada para mejorar su país, y de muchas otras cosas. He de decir que hay muchas cosas que me han sorprendido de este viaje a Cuba, y una de ellas, una de las más gratas, ha sido poder encontrar gente muy normal, por ejemplo un taxista o dueños de casas de acogida, con los que hemos podido hablar de tantas cosas; gentes con educación, buen entendimiento y, lo más importante, de una notable y ágil inteligencia.

La magia de Cuba nos ha embriagado. Sus calles atestadas de música y de arte, la calidez y sincera amabilidad de la gente, las playas de arena blanca y aguas turquesa. En cuanto a Fidel, tras nuestra visita a Cuba, los tres hemos concluido que la gran parte del pueblo cubano ha sentido enormemente su pérdida y agradece profundamente su obra, y que el futuro con Raúl será muy duro, porque la máquina imperial sigue en pie, y Trump, en enero, asumirá el cargo de Presidente de EEUU. Quería terminar citando uno de los escritos del gran Eduardo Galeano, el cual habla, cómo no, de Cuba, de la Revolución y de Fidel. La Revolución cubana es lo que pudo ser y no lo que quiso ser.

FIDEL.
Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que confundía la unidad con la unanimidad.

Y en eso sus enemigos tienen razón. 

Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un diario como el 'Granma', ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo. 

Y en eso sus enemigos tienen razón. 

Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando mucho y escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las voces. Y en eso sus enemigos tienen razón. 

Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para la Historia que puso el pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a seiscientos treinta y siete atentados, que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia en patria y que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor. 

Y sus enemigos no dicen que Cuba es un raro país que no compite en la Copa Mundial del Felpudo. 

Y no dicen que esta revolución, crecida en el castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse y perpetuarse. 

Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta. 

Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla.






[1] https://www.youtube.com/watch?v=ntLycmidqSk


[2] https://www.youtube.com/watch?v=Je8C3oNcp9A