Son
muchas las voces que proclaman la superación del autoritarismo en el
mundo occidental actual y se jactan de haber instaurado la mejor de
las democracias posibles, pero si nos planteáramos simplemente
comparar ésto que algunos siguen empecinados en llamar
“democracia” con aquel sistema al cual, en sus orígenes, hacia
referencia ésta palabra (con sus defectos y virtudes) podremos
llegar a hacernos una idea de hasta que punto hemos involucionado.
Lo
que hoy en día es considerado “democracia” en la mayoría de los
países occidentales, es de carácter representativo. Este modelo ha
dado lugar a la perdida progresiva por parte de los ciudadanos de
incidencia en el terreno político, para acabar reduciendo su
intervención a la elección de un partido político (cada cuatro
años), el cual de esta manera queda habilitado para tomar decisiones
de cualquier índole durante el transcurso de su mandato, sin estar
obligado bajo ningún concepto a consultar la opinión ciudadana.
Si
decidimos realizar esta comparación, debemos remontarnos
primeramente a la procedencia etimológica de la susodicha palabra:
“democracia” es un término que proviene del griego y significa
“poder del pueblo”. El ejemplo clásico de la democracia antigua
es el de la democracia ateniense, por ser de las más poderosas y
mejor organizadas de la época. Fue fundada por Clístenes en el año
510 a.C. y llegó a consolidarse bajo el gobierno de Perícles.
La
democracia ateniense era directa, es decir que el pueblo era el que
tomaba las decisiones políticas por medio de las asambleas.
Cualquier ciudadano ateniense podía participar en las asambleas y la
participación política era considerada como un deber ciudadano.
La
mayoría de los funcionarios del gobierno eran elegidos por medio de
sorteos, dicho procedimiento era considerado el más democrático
para elegir cargos públicos, ya que de este modo no se veían
favorecidos los ricos o famosos, sino que cualquier ciudadano
ateniense tenía las mismas posibilidades de acceder a los cargos.
Además, de esta manera se evitaba la posibilidad de que se comprasen
votos. El voto, por otro lado era reservado para escoger los cargos
más importantes y minoritarios. Los funcionarios sólo podían
ejercer su cargo una vez en toda su vida, así evitaban la
profesionalización y hacían primar la implicación de los
ciudadanos.
La
democracia actual a diferencia de la clásica, es representativa, es
decir que los ciudadanos en lugar de tomar nuestras propias
decisiones políticas de forma directa por medio de consensos,
elegimos a un determinado partido político para que éste tome las
decisiones por nosotros. Dichos partidos -en el caso de nuestro país-
se presentan a las elecciones con una lista cerrada de candidatos,
esto quiere decir que tenemos que votar al partido en su conjunto y
tampoco tenemos la posibilidad de influir en el orden de dichos
candidatos.
Fortuitamente,
gracias a las múltiples luchas sociales que se han sucedido a lo
largo de la historia, el derecho al sufragio se ha vuelto universal,
ya no esta restringido a ninguna raza, sexo o condición social
determinada, como sucedía en la antigua Grecia.
La
democracia actual, aunque no es directa como la ateniense, ampara
ciertos procesos en los cuales los ciudadanos pueden ejercer una
mayor participación, como los plebiscitos -mediante los cuales los
ciudadanos podemos aprobar o rechazar ciertas leyes- y por otro lado,
las iniciativas legislativas populares. El problema en nuestro caso
es que ni los plebiscitos ni las iniciativas legislativas son
vinculantes, esto quiere decir que aunque los ciudadanos tomemos una
decisión mayoritaria, el gobierno de turno se reserva la decisión
de obedecer o no cualquier iniciativa o plebiscito.
Por
otro lado, en nuestro sistema de gobierno aunque mayoritariamente los
cargos públicos son elegidos por sufragio, existen ciertos cargos
llamados “de confianza” que no son elegidos por votación
popular, sino “a dedo”. Este hecho y el de la no vinculación,
ponen en entredicho nuestro verdadero papel en el proceso democrático
y el significado mismo de la palabra democracia como poder del
pueblo. A su vez, los partidos políticos que se presentan a las
elecciones, lo hacen con un determinado programa político
confeccionado, dicho programa tampoco es vinculante una vez que un
partido llega al poder. Esto provoca el hecho de que ciertos partidos
alcancen el poder con programas que más tarde no llevan adelante -ya
que tampoco están obligados a cumplirlos- y que en muchos casos,
puedan hacer exactamente lo contrario de lo que proponían en sus
campañas electorales sin ningún tipo de sanción y mucho menos una
destitución. Esto contrasta con la democracia ateniense, en la cual
los funcionarios que no cumplían sus funciones correctamente eran
castigados con severidad, ya que eran considerados empleados y no
representantes.
La
democracia ateniense era un modelo de vida basado en la libertad, la
igualdad y la justicia, modelo que a su vez protegía los intereses
de la mayoría por sobre las minorías. Dicho aspecto contrasta
ligeramente con la democracia actual que, aunque en sus bases pueda
constar dicha obligación, a menudo parece ser que ciertas minorías
poderosas tuviesen mayor influencia en las decisiones políticas.
Ambos modelos de democracia -clásica y actual- afirman en sus bases
la autonomía de sus gobiernos, y su capacidad de actuar de manera
independiente sin ninguna clase de restricción externa. Este es otro
aspecto que a mi parecer esta en entredicho en el caso de la
democracia actual y más concretamente en nuestro país, ya que
aunque en la teoría el gobierno goce de autonomía, frecuentemente
parece estar condicionado por ciertas “recomendaciones” o
imposiciones provenientes de países poderosos.
Ha
habido avances muy importantes y beneficiosos desde el modelo clásico
de democracia hasta el actual, pero también muchos retrocesos y
queda mucho por hacer hasta llegar a un modelo que pueda ser llamado
realmente democrático en todos sus aspectos. Cosas como las listas
abiertas, los plebiscitos e iniciativas legislativas; así como los
programas electorales -al menos en sus aspectos fundamentales- con
carácter vinculante; la instauración de ciertas medidas que eviten
la profesionalización de la clase política; la destitución de los
cargos elegidos “a dedo” o la implementación de más vías de
participación ciudadana son algunas de las cosas que creo
fundamentales para gozar de una democracia que otorgue realmente el
poder al pueblo.
Silvia Perelló (@silvia_perello)
Silvia Perelló (@silvia_perello)
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